Prunus Cora (Segundo hueso)

El prunus cora comienza en una llamarada dentro del nudo de ramas de un melocotonero. Escribo 'comienza' porque aún no ha nacido. Para algunos ningún Segundo hueso ha nacido todavía, ni será posible que nazca, pero sí cuenta con historia y está unida al fuego. Los primeros textos que recogen la existencia de este animal duro y brillante es en los manuales secretos para la purificación del fuego sagrado entre los pahlavies. Esta antiquísima religión irania adoraba la verdad, las divisiones y a los vertebrados. Como ejemplo a un mentiroso o a cualquiera que hubiese sido tocado por una prostituta debía purificarse tras aplastar un número fijo de alacranes, escolopendras y gusanos. El prunus cora señalaba a los melocotoneros como los únicos árboles con médula espinal, lo que, pese a no ser los mejores para encender un fuego, los hacía los más sagrados. Las instrucciones para cortar un árbol eran precisas. Tenían que dividirse entre sus partes altas y sus partes más bajas. El tronco no podía tocar las raíces, así como las ramas no se podían tronchar, sino que tenían que ser seccionadas por el hierro. El corte de ellas era preciso para que el prunus cura quedase intacto. Entre las cenizas del ritual, rojo, como si aún conservase el fulgor de las brasas, brillaba el prunus cora. Los romanos, al ser considerados, algunas veces, como suma de las conchas fenicias, los consideraron familias de los gastrópodos. Incluso, en un poema de Marcial, se bromea con la sopa de Segundo hueso que se cocina para la boda de un patricio.
Si naciese, el prunus coritia nacería en las primaveras tempranas. No hay ejemplares fuera de los nudos y de los huecos del árbol. La floración es un esfuerzo tan inmenso para el árbol que produce esta osificación partiendo de excrementos externos que suben y se anudan entre las ramas. Así, si el segundo hueso creciera, crecería hendiendo la madera desde dentro, desde abajo hasta arriba con el sinfín helicoidal que se alimenta de la savia extraída. Siendo un hueso sin tuétano, una concha sin carne, el Segundo hueso se comporta como una herida que parece crecer, pero que, en su rigidez, sostiene la flexibilidad de las ramas. Es la cristalización de un esfuerzo que supera, con creces, las manchas de los anillos de la corteza que van comprimiéndose hacia el centro del árbol. Él se expande y deja el centro vacío, con una puerta abierta sesgada como la invitación a que otros aniden el hueco que hasta entonces siempre fue frío. Sin embargo, pocas especies lo transitan. Algunas hormigas, que siempre están de paso o un vencejo de campaña que aún no ha decidido su último hogar, son los únicos animales que se han encontrado habitando a este otro animal.
Debido a que no ha podido comprobarse que se alimente de nada, algunos biólogos lo clasifican dentro de los minerales y los geólogos tienen la completa convicción de que es orgánico. Aseguran que el Segundo hueso tiene demasiado carbono en transformación para ese reino de la inquietud milenaria para el que ellos viven. El prunus cora, si muriese, muere con el árbol y llegando a alcanzar tres palmos de alto, no es más grueso que el puño cerrado de algunos campesinos. Eso, si no se astilla antes.

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